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Historiadores, músicos, novelistas y poetas nos devuelven los ecos de un pasado todavía arraigado en la memoria de las poblaciones mediterráneas.

Batalla de Lépanto


RUTAS Y BARCOS MEDITERRANEOS

En el “Siglo de oro”, el Imperio “donde el sol nunca se pone” precisaba para su continuidad comunicaciones rápidas y eficientes por tierra y por mar, lo que en este último caso suponía navegaciones regulares y control de los tráficos marítimos desde el Mediterráneo hasta el Atlántico y las Américas, sin olvidar el Oceano Indiano (Guam y Filipinas fueron durante siglos colonias españolas). El descubrimiento de América desplazó hacia el Atlántico el centro de la actividad ecónomica de la época, pero el Mediterráneo no perdió su importancia, por lo menos a corto plazo. Al revés el comercio con el Nuevo Mundo creó nuevas rutas marítimas: a través de España, los productos de la industria y artesanía europea, sobre todo italiana, llegaban hasta las Américas, que devolvían al Viejo Continente sus metales y recursos naturales. Y sin duda el comercio con el Levante Mediterráneo, Mar Negro, y Mar Rojo conoció un fuerte impulso gracias a Catalanes, Marselleses, Genoveses, Raguseos, Venecianos, Argelinos, Egipcios y Turcos, que intentaban así contrastar la competencia atlántica. Sal, cereales, azúcar, especias, víveres, vino, madera, vidrio, seda, algodón, tejidos, metales, joyas, productos artesanos e industriales eran las mercaderías más frecuentes en las bodegas de los navíos y en los almacenes de los puertos. La sal de las Baleares, por ejemplo, era exportada y comercializada en los puertos de Nápoles y Génova, y en otros puntos del Mediterráneo. En la misma Costantinopla o Istanbul otomana, barcos y pontones cruzaban el Cuerno de Oro hasta el barrio de Galata, arsenal y puerto mercante europeo. Todo eso explica el interés de ingleses, holandeses y alemanes hacia el Mare nostrum a partir del siglo XVI.

También el escritor Matteo Bandello, en las primeras décadas del siglo XVI, relata un testimonio directo: «… una d’esse mie novelle… fu narrata da Messer Nicoloso Baciadonne, che molti anni nel regno di Orano aveva mercantato e ricercate assai regioni e luoghi di Africa.… ed in compagnia di messer Niccolò Cattanio, gran mercante, navigai in Barbaria, e seco arrivai nel regno e città d’ Orano posta sul mare Mediterraneo, ove praticano assai i nostri genovesi e v’è una contrada nomata da tutti – la loggia dei genovesi- .”

La navegación en esta época, como ya en las precedentes, fue sin embargo un asunto a veces difícil, y eso por muchas razones : los barcos de remos eran bastante veloces,  pero bajos de bordo, lo que suponía el riesgo de ser inundados durante los temporales; esos mismos buques eran poblados por una muchedumbre de marineros, galeotes y soldados y la higiene era muy escasa. Frecuentes eran epidemías y agotamiento de las tripulaciones. Las naves de este tipo más usadas eran las galeras, galeazas, galeotes, fustas, según el número de remos y los bancos de remeros. Galeazas y fustas se empleaban sobre todo en función militar; galeras y galeotes podían ser de tipo mercantil o de guerra. En los navíos de vela cabía más mercadería o armas pesadas, eran sin embargo más lentos, sobre todo en las maniobras. Una nao, un galeón o una carabela procedente del Levante español ( Alicante, Valencia, Baleares o Barcelona) precisaba de siete a catorce días para llegar a Génova. Normalmente los galeones hacían más de quinientas toneladas cada uno; las naos pasaban de trescientas y las carabelas alcanzaban las ciento cincuenta.

Nao española del siglo XVI (1)Nao española del siglo XVI

Un progreso importante en la navegación hubo con la llegada desde el Norte europeo de los nuevos veleros redondos, donde la eslora cambia hasta una relación de tres-cuatro con respecto al ancho del casco y se perfeccionan las velas. Sin embargo muchos bajeles redondos (bergantines, jabeques, fragatas) fueron entregados por corsarios holandeses e ingleses a los berberiscos, a comienzos del siglo XVII. Y como veremos, corsarismo y piratería acondicionaron pesadamente la navegación de la época.

…y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto abajo, frenillados los remos, porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna,  que claramente resplandecía, vimos cerca de nosotros un bajel redondo, que, con todas las velas tendidas, llevando un poco a orza el timón, delante de nosotros atravesaba; y esto, tan cerca, que nos fue forzoso amainar por no embestirle, y ellos, asimesmo, hicieron fuerza de timón para darnos lugar que pasásemos. Habíanse puesto a bordo del bajel a preguntarnos quién éramos, y adónde navegábamos, y de donde veníamos; pero por preguntarnos en lengua francesa, dijo nuestro renegado:
Ninguno responda; porque estos,  sin duda, son cosarios franceses, que hacen a toda ropa. – “

(Miguel de Cervantes, Parte II del “Quijote”, Cap.XLI)

Como demuestra en este episodio, Cervantes conocía las rutas y el mundo de la navegantes mediterráneos, por haberse hecho a la mar como soldado en las galeras que combatieron en Lépanto, y en unos intentos de fuga durante su cautiverio en Argel.


LA PUJANZA MARíTIMA OTOMANA

Hoy piratas y corsarios han vuelto de moda en la literatura y en el cinema procedentes sobre todo del Norte de America, que casi siempre nos hablan de la piratería en el Caribe o en el Oriente extremo.

Los italianos del siglo XX conocimos el corso y la piratería a través de Emilio Salgari: sus novelas “Il corsaro nero, il corsaro verde, Le tigri della Malesia” cuentan las aventuras de héroes bucaneros antillanos o corsarios de la Malaysia.

Todo eso nos hizo a menudo olvidar que el Mediterráneo fue también teatro de corso y piratería a lo largo de milenios : ya la “Odisea” de Homero y las “Historias” de Herodoto describían los ataques piráticos, como aun atestiguan en nuestras costas las omnipresentes torres de vigía.

El corso, no era un simple pirateo,  sino una actividad legal regulada por los Gobiernos; en España lo fue por medio de Reales Ordenanzas. En Malta (Armamento) y en Roma (Udienza y Pontificio, instancias superiores) tenían su domicilio los tribunales internacionales supremos para juzgar la difícil materia. A partir del siglo XVI el corso español, maltés e italiano jugaron un papel muy importante en la defensa marítima. Los corsarios, siempre bajo la «patente de corso» obligatoria para ejercerlo, actuaron como flotas paramilitares al servicio de la Corona de Castilla, de Génova,  de Venecia, de Francia, de Inglaterra, de Toscana y de Malta. Y a lo largo de los vastos territorios españoles fueron imprescindibles como patrulleros, por ser imposible disponer de escuadras que pudieran proteger tantas millas marinas de litoral y rutas marítimas. De esa manera el corsario obtenía la mayor parte del botín, pero se beneficiaba a su vez la Corona española, al incrementarse sin gasto ninguno su flota de guerra y adquiriendo un porcentaje del mismo botín.

La presencia de piratas y corsarios en el Mediterráneo del” Siglo de Oro”era favorecida por los continuos conflictos entre europeos y la expansión de la potencia turca hacia Oeste, después de la conquista otomana de Constantinopla y del Imperio bizantino(1453). Por sus posiciones geográficas y enlaces políticos Italia y España vivieron en pleno muchos de los cambios y acontecimientos que ocurrieron después de esta fecha. Ya en 1517 el sultán turco Selim I logró conquistar a Egipto. Al mismo tempo muchas islas del Egeo, ya venecianas y genovesas o de los Caballeros cruzados de San Juan (Negroponte, Rhodos, Cícladas, Mitilene) así como buena parte de la Europa griego-balcánica pasaron en manos de la Sublime Puerta (Imperio otomano). Para contrastar el peligro de invasión, España se había asegurado la conquista del Reino de Granada (1492),  luego de Orán (1505), Bugia, Trípolis (1510) y Argel. En efecto, a comienzos del siglo XVI, los territorios del Maghreb eran dominados por príncipes locales; desde muchos de sus puertos zarpaban expediciones de corso y piratería,  actividades que se desarrollaron aún más al llegar los primeros Moriscos exiliados de Granada. Azotados por los españoles, los argelinos pidieron ayuda a los corsarios turcos, cuyos capitanes Aruj y su hermano Khair ed Din, el Barbarroja, de origen griego-albanesa, impusieron la hegemonía otomana sobre Argel y casi todo el Maghreb.
Arruó murió en el 1518 en un ataque de las tropas españolas. En 1533, el sultán turco Suleiman el Magnífico, entonces aliado de Francia, confió al Barbarroja el mando supremo de la armada naval otomana.

Khair ed Din, el BarbarrojaKhair ed Din, el Barbarroja

Pese que, dos años después, las fuerzas combinadas del Emperador, las de Génova y del Papa habían conquistado Túnez, libertando más de veinte mil cautivos cristianos y haciendo huir hacia los arenales del deserto al famoso almirante septuagenario, todo eso no fue sino un descalabro, y el viejo Mare Nostrum estaba en manos de los piratas y corsarios turcos y maghrebíes. Su atrevimiento fue tal que unos buques berberiscos, en el año 1540 remontaron el río Ebro hasta el puerto fluvial de Tortosa, al hallarse éste sin la protección del castillo de Amposta, destruido en 1466 durante la guerra civil catalana. El peligro que suponían para el comercio marítimo y hasta fluvial hizo que las costas de Cerdeña y del Delta del Ebre fueran consideradas durante el siglo XVI como las más peligrosas del Mediterráneo.

Ciudad de Tortosa, casco viejoCiudad de Tortosa, casco viejo

Entre los multiples ataques que sufrieron los litorales y el comercio marítimo del Mediterráneo cristiano destacan las incursiones de 1534, 1543, 1544 en las costas de Liguria y del Tirreno hasta Calabria y Sicilia. Durante la primera acción, en la ciudad de Fondi, el Barbarroja intentó raptar la hermosísima condesa de Traghetto, Giulia Gonzaga, a quien deseaba llevar a su harem. Sin embargo la condesa logró escapar por una ventana trasera. En 1544 el almirante corsario llegó a amenazar la misma Nápoles, asaltando las islas de Ischia y Procida y la ciudad de Pozzuoli.
Como siempre, los berberiscos incendiaban las poblaciones, después de saquearlas, llevando cautivos a sus pobres moradores.

Menos suerte tuvo su lugarteniente Dragut, activo en numerosas incursiones en las costas italianas y españolas de 1548 a 1565. Las Pitusas, la ciudad de Cullera en la costa valenciana, el Delta del Ebro, el archipiélago de Toscana y muchos puertos del Sur italiano conocieron la brutalidad de sus ataques. Después de esas acciones, muchos islotes españoles e italianos fueron abandonados por sus poblaciones: así Formentera (Pitusas), Pianosa y Montecristo (Toscana),  Ustica (Sicilia). Sin embargo, durante una incursión en Córcega, Dragut fue apresado por las tropas de Giannettino Doria, sobrino del famoso almirante Andrea Doria, y llevado cautivo a Génova, donde quedó tres años. Fue rescatado a cambio de la liberación de muchos presos cristianos, el pago de 3.500 ducados de oro y la posesión de la isla de Tabarca, en la costa norte de Túnez, asignada a colonos genoveses.

También Cervantes,  en el capítulo XXXIX del « Quijote », recuerda esta pequeña enclave lígur :

« …Tabarca, que es un portezuelo o casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquería del coral… »

Isla de Tabarca, en la costa norte de TúnezIsla de Tabarca, en la costa norte de Túnez

A Dragut, a su mundo y a su incursión del mayo 1550 ha dedicado un curioso Museo la ciudad de Cullera (Valencia): se trata en realidad de una cueva-museo, muy cerca del mar, donde se pueden contemplar instrumentos náuticos, mapas, reproducciones de barcos y se representa a Cervantes durante su cautiverio en Argel.

A su vez el almirante genovés Andrea Doria quiso llamar su gato atigrado “Dragut”; comandante y gato fueron inmortalizados en un cuadro por un anónimo pintor genovés.

Andrea Doria y su gato DragutAndrea Doria y su gato Dragut


EL CORSARISMO CRISTIANO

Las guerras entre los Estados cristianos obstaculizaron una respuesta conjunta contra el pujante corsarismo otomán y berberisco. Sin embargo la reacción fue inmediata y constante en el tiempo.

Ya en el 1530 Carlos V asigna a los Caballeros cruzados de San Juan, prófugos de Rhodos, una nueva sede en el el Archipielago maltés. Philippe Villiers, gran Maestre, organiza el traslado a las islas en el mismo año. Los acuerdos presuponían también el pesado cargo de la defensa de la ciudadela de Trípolis, una de las bases cristianas en la costa del Maghreb. El Orden cruzado comprendía miembros de toda la Cristianidad, la mayoría procedentes de algunas regiones principales (Provenza, Alemania, Francia, Aragón y Cataluña, Italia, Navarra, Inglaterra, Castilla y León, Portugal). En el 1535 hubo el ya mencionado ataque a Túnez, cuando Carlos V puso al poder un soberano Hafsidi, dinastía local bajo protección imperial.

Archipiélago de Malta, con las islas de Malta, Gozo y CominoArchipiélago de Malta, con las islas de Malta, Gozo y Comino

También Cosimo I de Medici, Gran Duque de Toscana dio vida en marzo de 1562 a otra Orden de Caballeros, la de Santo Stefano (San Esteban) con sede en Pisa, y con la consigna de combatir a los Berberiscos .

En 1564 los Stefaniani tomaron parte por primera vez a una empresa de los aliados europeos, el sitio y la conquista del Peñón de Vélez. El año después participarán en la defensa de Malta. Aquí los Berberiscos con su comandante Piale Pachá lograron desembarcar, pero la resistencia de los fuertes cristianos permitió en septiembre la llegada de las flotas española y siciliana. En el acontecimiento perdió la vida el mismo Dragut.

En su obra “La hora de todo y la fortuna con seso. XXIX”, así lo comenta Quevedo: «Conferían (al Gran Duque de Florencia) la hermosura de sus ciudades, el comercio de Liorna (Livorno) y la vitoria de sus galeras.»

Otra importante presencia en la costa toscana fue el Estado de Los Presidios, dominio español dependiente de Nápoles, pero con estatutos propios que remontaban a la dominación senesa de los siglos XIV y XV. Este pequeño territorio abarcaba el litoral desde Talamone hasta Porto Ercole, incluyendo las poblaciones de Orbetello, la pequeña capital, Porto Santo Stefano, y en la isla Elba, las fortalezas de Porto Longone (hoy Porto Azzurro) y Bocardo.

Durante los siglos XVI,XVII y XVIII el corso en España fue sobre todo una actividad vuelta contra a las Marinas Corsarias de la costa maghrebí y a la presencia de escuadras navales francesas holandesas y británicas. Ya a mediados del siglo XVI el capitán Juan Canete,  desde Mallorca llegaba a las costas argelinas, desembarcando de noche,  saqueando aldeas y secuestrando a los habitantes. Famosos quedan también los corsarios de la Costa Catalana, Balear (como Barceló), Valencia,  Almería, Canarias (activos también al otro lado del Atlántico) y Galicia (Rías Bajas). Igualmente importantes fueron las cabalgadas de los mareantes de la Baja Andalucía contra los  Moros de allende que, como nos refiere la histórica Maria Teresa Lopez Beltrán: “… eran considerados enemigos políticos de Castilla, entre otras razones, por sus continuas venidas a la costa para hacerse con cautivos cristianos y para transportar clandestinamente a mudéjares granadinos, moriscos después, a la otra orilla del Mediterráneo”.

Finalmente, los corsarios mallorquines apoyaron al gobierno central español durante la rebelión de Cataluña en el periodo 1640-1652.

Caballeros malteses y Stefaniani  tomaron parte a la batalla de Lepanto, en 1571, donde la sola escuadra naval argelina al mando del calabrés renegado Uluj Alí (que los italianos apodaban Occhiali) logró escapar a la derrota de la armada islámica. En 1573, y siempre bajo el mando de don Juan de Austria, héroe de Lepanto, participaron, junto a la armada española, a la efímera conquista de Túnez. El fuerte de la Goleta,  domicilio de los corsarios,  fue luego rehabilitado y ocupado por las tropas cristianas. Entre los autores de la rehabilitación hubo Gabrio Serbelloni, comandante italiano, y Jacopo Palearo, ingeniero militar suizo-italiano, apodado “el Fratín” que Cervantes menciona en el ya citado capítulo del Quijote: “ Cautivaron ansimesmo al general del fuerte, que se llamaba Gabrio Cervelló  caballero milanés, grande ingeniero y valentísimo soldado… y todo aquello que había quedado en pie de la fortificación nueva que había hecho el Fratín quedó en tierra”. Aquí el autor se refiere a la reconquista de Túnez por los Berberiscos de Uluj Alí, el año después.

En en las primeras décadas del siglo XVII, Malteses y Stefaniani mantuvieron un estado endémico de guerrilla corsaria contra los navíos y las costas del Maghreb y del Levante Mediterráneo. Bajo el mando del los almirantes Calafatee e Inghirami, los toscanos asaltaron y saquearon muchos buques en las costas de Anatolia, y, entre otras, las poblaciones de Prevesa (Levante griego),  así como las ciudades de Bona y Biskher en territorio argelino. Igualmente, los malteses, en la costa tunecina, atacaron con exito la población de Hammamet y luego, junto a navíos genoveses y napolitanos,  las islas de Jerba y Kerkennas. De todos esos lugares, las escuadras de Caballeros trajeron millares de esclavos. Hacia el Levante turco se dirigen en los mismos años las incursiones de las escuadras al servicio del Duque de Osuna, virrey de Nápoles, al mando de los capitanes Diego Vivero y Simón Costa,  que cautivaron unos buques de notables otomanes, con rico botín. De esos acontecimientos escribe Quevedo en su ya citada obra.

En el Mar Adriático la diplomacia y la Marina de Venecia habían logrado derrotar a los Uscocchi del puerto de Segna, en la costa dálmata, súbditos del reino de Hongría. Esos feroces piratas, también llamados Segnani, amenazaban el tráfico marítimo adriático con sus ataques a navíos y puertos venecianos,  pontificios y turcos. En la segunda mitad del siglo, los Venecianos, con el apoyo de Malteses y Stefaniani, tuvieron que enfrentarse a los turcos en las sangrientas guerras de Candía (1645-1669), y de Morea (1684-1699).

También Francia, Inglaterra y las Provincias Unidas holandesas fomentaron la proliferación corsaria en el Mediterráneo, producendo enormes beneficios a corto plazo con sus ataques,  pero provocando a la larga ruptura de relaciones y represalias. Corsarios franceses se enfrentaron a corsarios españoles y genoveses, ingleses e holandeses a venecianos y raguseos, y todos los europeos contra turcos y berberiscos, aunque, en el siglo XVI y a comienzos del XVII, franceses y unos corsarios holandeses habían colaborado con los musulmanes. En la segunda mitad del siglo XVII los enfrentamientos acabaron en verdaderas acciones de guerra : lo duros bombardeos de los puertos mahgrebíes por Holandeses e Ingleses (años 1620, 1655, 1662, 1679), no lograron mucho éxito; mejor suerte tuvieron las flotas francesas de 1682 a 1689,  que, con bombardeos indiscriminados, alcanzaron un tratado de paz con Argel y Trípolis en 1690.

Entre los puertos frecuentados por los corsarios franceses, hay que citar Toulon, Marsella, Seyne en el Mediterráneo, La Rochelle en Atlántico, abierto también a los Holandeses. De estos últimos, algunos como Simon Danser y el inglés Edward ayudaron Argelinos y Tunecinos a comienzos del siglo XVII a equipar y armar los “bajeles redondos”. Famosa queda la invectiva de Quevedo contra los corsarios holandeses, en su ya mencionado texto: «los Holandeses, que por merced del mar pisan la tierra en unos andrajos del suelo, que la hurtan por detrás de unos montones que llaman diques, fugitivos, rebeldes a Dios en la fe y a su rey en el vasallaje… »

Otros puertos donde se amparaban los Holandeses (famoso era Thomas Adler) fueron Trapani y Liorna, ciudad “franca” y sede de los Stefaniani donde también unos corsarios ingleses se establecieron.

Puertos italianos frecuentados por corsarios catalanes y mallorquines fueron Finale Ligure, territorio español a partir de 1598, Alghero, Cagliari y Trapani. Objetivo de sus incursiones eran particularmente los navíos franceses y tunecinos.

Pese a la contraofensiva cristiana, las acciones de la piratería berberisca se sucedieron durante todo el siglo XVII y, gracias a los nuevos y eficaces « bajeles redondos », los corsarios de Salé, en la costa atlántica de Marruecos, pudieron azotaron las rutas marítimas y las islas portuguesas (saqueo de Madeira en el 1617), británicas e irlandesas, llegando hasta Islandia, en el año 1627, siempre apresando centenares de esclavos. En 1645 una escuadra de siete bajeles berberiscos hizo una incursión en las costas de Cornualles, donde sacó un rico botín y 240 esclavos; en el mismo año los piratas nortíeafricanos, demostrando rara pericia, remontaron el canal de Bristol, en la desembocadura del río Severn; en 1650 los berberiscos asaltaron unos buques cerca de Plymouth.

Entre los esclavos apresados, una parte de los hombres válidos se utilizaba para los remos de las galeras berberiscas o cristianas (práctica que fue disminuyendo al subir el número de bajeles redondos), otros en trabajos pesados (construcciones, canteras, astilleros,campo, etc.); los demás, mujeres y niños incluidos, se vendían a privados. Sin embargo un objetivo importante para ambas partes era el cambio de prisoneros o el rescate. En los países cristianos nacieron o se desarrollaron muchas cofradías y hermandades para rescatar a los cautivos ; así la Sklavenkasse de la Hansa alemana, cuyos navíos frecuentaban el Mediterráneo, la Casa Santa de la Redención y la Cofradía del Gonfalón romanas; en España las Ordenes de la Santísima Trinidad y Nuestra Señora de la Merced; frecuentes eran las misiones de encargados religiosos o civiles en las ciudades musulmanas para tratar la liberación de los presos. ¿Y cómo olvidar que entre los 186 cautivos rescatados de Argel en el año 1580 por los Padres trinitarios Juan Gil y Antón de La Bella hubo el gran Cervantes ?

Los rescates, como el pirateo, continuaron mucho más allá del Siglo de Oro,  hasta el Congreso de Viena y la ocupación europea del Maghreb. Un importante episodio de liberación de esclavos tuvo lugar a mitad del siglo XVIII: los Genoveses de Tabarca en Tunecía, esclavizados por los Argelinos pese a los acuerdos,  fueron rescatados parte por los Jesuitas españoles (69 familias), parte por encargados del Rey de Saboya y Cerdeña. A los primeros, el Comandante e ingeniero militar Fernando Mendéz de Ras, lugarteniente del Rey Carlos III, asignó la isla Plana de Alicante, que desde entonces se llama Tabarca o Nueva Tabarca. Los demás fundaron las colonias de Carloforte y Calasetta, en las islas sardas de San Pietro y Sant’Antioco. Y aun hoy en esos islotes, tan lejanos entre ellos, puede ocurrir de comer los mismos platos de origen lígur y escuchar, contadas por los ancianos, las mismas fábulas y leyendas.


DE TORRE EN TORRE

Antes el continuo riesgo de ataques y pillajes se construyeron,  ya en el siglo XVI,  una serie de torres de vigías y fortalezas en las costas españolas e italianas, donde ya existían fuertes y atalayas aisladas.
Estas torres se extendían a lo largo de todos los litorales, en playas, acantilados e islotes, ofreciendo a su vez protección a las poblaciones del interior. Algunas permanecen bien conservadas, otras, la gran mayoría, están en estado ruinoso, y de pocas sólo nos queda constancia documental. Por medio de señalizaciones luminosas (fuego, humo, rudimentales heliógrafos) podían comunicar con las demás torres costeras y hacia los cerros de tierra adentro. No muy frecuentes eran los barcos patrulleros (más utilizados por los venecianos), mientras sendas, veredas y caminos entre las atalayas eran guardados por escuadrones de caballería (en italiano cavallari).
Una vez más, es Cervantes que nos guía a través del mundo de la costa, de los corsarios y de los fugitivos:

« …aun no habrían pasado dos horas, cuando habiendo ya salido de quella malezas a un llano, descubrimos hasta cincuenta caballeros, que con gran ligereza, corriendo a media rienda a nosotros se venían (…)   luego que los jinetes entendieron que éramos cautivos cristianos, se apearon de sus cavallo y cada uno nos convidaba con el suyo para llevarnos a la ciudad de Vélez Málaga, que legua y media de allí estaba. »

Don Quijote, segunda Parte, cap.XLI).

En 1554 Carlos V y Tomás de Villanueva,  Obispo de Valencia, encargaron al arquitecto e ingeniero italiano Gian Battista Calvi, un proyecto de una nueva fortaleza en la ciudad de Ibiza. Las obras duraron 40 años, hasta que la ciudadela llegó a la estructura que todavía tiene. Seis baluartes, bastiones, murallas. Base para la obra fue la misma peña. Calvi había trabajado a los bastiones de Milán, Siena y Barcelona. El mismo fue testigo de muchos ataques berberiscos a Ibiza y a las demás Baleares. Murió en 1564, sin ver cumplida su obra.
Felipe II encargó entonces a otro ingeniero, suizo italiano, Jacopo Palearo, apodado el Fratín. En 1575 se encorporó en la ciudadela el Puig de Santa Llucia, y en 1578, después de otro ataque berberisco, se añadió otro baluarte y enlace hasta la Marina, así que ahora las murallas miden 2 kilómetros. La entera ciudadela es hoy protegida por la UNESCO.
A partir del año 1563 empiezan las obras en las riberas de Valencia y Baleares ; en 1579 el litoral granadino serà también interesado por la rehabilitación de la defensas costeras.
El proyecto de construcción de las torre costeras en el Reino de Nápoles(alrededor de 380) se debe al Virrey don Pedro de Toledo, y fue llevado al cabo por Parafán de Ribera, sucesor suyo, a partir de 1559.

En Sicilia fueron los Virreyes Ferrante Gonzaga,  futuro Gobernador de Milán, y Juan de Vega que entre los años 1549 y 1593 mandaron construir más de 150 torres por sus arquitectos Domenico Giunti y Camillo Camilliani.
No menos importantes fueron las obras de defensa costera, llevadas a cabo en contemporánea por los demás Estados italianos.

Atalaya de Calasetta, CerdeñaAtalaya de Calasetta, Cerdeña

El Fuerte Michelangelo de Civitavecchia, puerto de Roma, fue en realidad empezado por el Bramante bajo el mando del Papa Giulio II; más tarde fue Antonio da Sangallo el Joven, quien continuó las obras hasta que, en 1535 la fortaleza fue acabada por Michelangelo Buonarroti.
Bastiones de célebres arquitectos como Matteo Nuti y el Sangallo aun se hallan en Fano, a orillas del norte Adriático.

A mediados del mismo siglo fueron erigidos por mando del Gran Duque de Toscana las Fortalezas de Liorna así como la ciudadela de Portoferraio, en la Isla Elba y nuevas atalayas en todo el litoral.
En el territorio de los Presidios españoles destacan las fortalezas de Porto Longone (hoy cárcel) y el Forte Bocardo, en la isla Elba; los Fuertes Filippo (Felipe) y Stella (Estrella) en Porto Ercole (arquitecto Giovanni Camerini); en Orbetello, los poderosos Bastiones y el Polvorín Guzmán; bien organizada era la red de torres de vigía, cada tres millas una, algunas del siglo XIV y rehabilitadas por mando de los Gobernadores españoles.

Las obras de defensa en la costa lígur se construyeron un poco más tarde, en las últimas décadas del siglo XVI, después de reiterados ataques sobre todo contra las riberas del Poniente genovés y de Provenza.

Finalmente, en el considerado « Atlántico mediterráneo », las islas Canarias, después del catastrófico ataque del corsario francés Jambe de Bois (Pata de Palo),  que en 1553 aniquiló la entera ciudad de Santa Cruz de La Palma, se llevaron a cabo nuevas y más amplias fortificaciones. A esas obras, a partir de 1584 trabajó el ingeniero italiano Leonardo Torriani, autor también de un importantísimo ensayo sobre la naturaleza isleña y la población de los Guanchesindígenas locales, “Descrittione e istoria del regno delle isole Canarie già dette le Fortunate con il parere delle loro fortificazioni”, ensayo que todavía se considera una piedra millar entre los estudios antropológicos sobre las islas.

Hoy fuertes y atalayas sobrevivientes tienen que defenderse de enemigos mucho más súbdolos : vandalismo, contaminación y sobre todo especulación edilicia. Rodeados por feos edificios modernos, el fortín de Albenga (Liguria), las torres de Bellaria (Rimini) y de Camarles (Delta del Ebre) nunca más podrán mirar hacia los horizontes mediterráneos. Otras,  como la torre de Lividonia (Presidios de Toscana), de Cabo de la Nao y Cullera miran desde arriba el acercamiento de las nuevas, horribles barriadas turísticas. Afortunadamente unas siguen hablándonos el lenguaje de su época, de torre en torre, acogiendo a turistas respetuosos del medio ambiente y aves en los parques y reservas de Baleares, costas andaluzas y de los archipiélagos italianos.


LA MEMORIA DEL MAR Y LOS HOMBRES

Algunos de los navíos, barcos y bajeles protagonistas del corsarismo en el « Siglo de Oro » no desaparecieron completamente ; carabelas, galeras,  galeones y bergantines, a veces con sus cargas y despojos, duermen en el fondo del mar,  como en las costas valencianas, andaluzas, sicilianas y adriáticas. « They sleep on the bottom of the sea », nos recuerda una vieja canción marinera inglesa.
Las ecos de este mundo sobreviven particularmente en la memoria de la literatura, de la música y de las tradiciones populares,  proporcionándonos unos medios preciosos para el conocimiento de nuestra misma historia.

Los recuerdos de esos acontecimientos quedan en muchos topónimos : Guardara del Segura (Alicante), Cala des Moro, Torre del Pirata y Punta Arabi (Ibiza), Cabo Barbaria (Formentera), Cabo Caballería (Menorca), Punta BarbarossaCala de su Turcu e Guardia de Is Morus (Cerdeña), Cala dei Turchi y Cala degli Inglesi (islas Tremiti), Monte Guardia dei Turchi (Ustica), Grotta del Genovese (Isla de Levanzo, Egadi), Balata dei Turchi (isla de Pantelaria).

Imprescindibles resultan los documentos de los testigos la época, como en las ya citadas obras literarias. Muchos de esos nos sorprenden para la falta de odio y la admiración hacia el « enemigo », pese a las tristes experiencias de algún protagonista.

Así, Matteo Bandello en su “Novella nr. LVII “ refiere el testimonio del mercader genovés Nicoloso Baciadonne: “ Io meramente assai fiate ho ritrovato più carità e cortesia in molti di loro (los musulmanes) che talora non ho fatto tra i nostri cristiani.”

Igualmente, Miguel de Cervantes, testigo de excepción, escribe en el capítulo XXXIX del Quijote: “…mi amo, el Uchali (Uluj Alí)… Era calabrés de nación, y moralmente fue hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos…”

Interesantes las descripciones de la vida de bordo en las galeras,  así como las cuenta Mateo Alemán en su « Guzmán de Alfarache »:

“ Cuando me llevaron al banco,  diéronme el bienvenido que trocara de buena gana por un bienescusado. Diéronme la ropa del rey: dos camisas,  dos pares de calzones de lienzo, armilla colorada, capote de jerga y bonete colorado. Vino el barberote. Rapáronme la cabeza y barba…”

Otros importante testigos del cautiverio argelino fueron Vicente Espinel (1550 –1624), que nos ha dejado sus memorias directas en la novela picaresca “Vida del escudero Marcos de Obregón” (1618), y el hidalgo francés René du Chastelet des Boys, cautivado en el 1642, autor de « L’Odyssée ou diversión d’aventures, rencontres, boyares », que apareció en 1665. De su cautiverio en Malta de 1597 a 1599 relata en sus escritos en prosa y versos el juez turco Kadí Mustafá, luego rescatado por mando del Sultán de Istanbul.

El Almirante turco Piri-Reis es el autor de los mejores mapas costeros de la época (siglo XVI) y de un interesantísimo ensayo sobre el arte de la navegación, que regaló al sultán Suleiman el Magnífico.

A veces,  sobre todo poemas y sonetos, celebraban el valor y las hazañas de los protagonistas de las guerras corsarias. Ludovico Ariosto menciona varias veces en su Poema « L’Orlando furioso », a su buen amigo Alfonso d’ Avalos, marqués del Vasto, hidalgo de familia italo-española, comandante de escuadra en las batallas de Capo d’ Orso(1528) y Túnez (1535) contra el Barbarroja, y más tarde Gobernador del Milanesado (1536-1546).

El entusiasmo seguido a la victoria de Lepanto y la influencia de los principios religiosos contrarreformistas inspiran por buena parte el Poema de Torquato Tasso, la “Gerusalemme liberata”. Los versos siguientes los dedica a Alfonso d’Este, Duque de Ferrara.

E ben raigón,  s’ egli avverrà ch’ in pace

Il buon popol di Cristo unqua si veda,

e con navi e cavalli al fero trace                                                              

Cerchi ritor la grande ingiusta preda,

ch’ a te lo scettro in terra,  o se ti piace,

l’ alto imperio dei mari a te conceda.

Ecos de esta tormentada época de pirateo quedan en la música del gran Mozart, con “ El Rapto del Serrallo (Die Entfuehrung aus dem Serail)”, obra basada en un libreto de Gottlieb Stepahnie, a su vez inspirado a un precedente de Bretzner. Cuenta la historia de los españoles Konstanze y Pedrillo apresados junto a la inglesa Blonde por los piratas turcos de Istanbul y las tentativas del joven Belmonte para libertar a los tres.

El tema de las incursiones corsarias vuelve en la obra de Gioacchino Rossini «L’italiana in Algeri »,  libreto de Angelo Anelli, e inspirada a un acontecimiento real del siglo XVIII, donde la hermosa e ingeniosa Isabella y su novio Taddeo, raptados por los berberiscos, logran escapar del cautiverio argelino, estafando al Pachá.

Cabe mencionar también Sebastián Raval, maestro de la capilla real de Palermo, cuya música sacra (madrigales) celebrará varias veces victorias cristianas contra los musulmanes. Oriundo de Cartagena, había servido a Felipe II con las armas en Flandes. Herido en el campo de batalla, toma el hábito capuchino, y después ingresa en la orden de Malta. En 1592 se había instalado en Roma.

Finalmente, muchas canciones se inspiraron en estos acontecimientos; entre ellas queremos recordar la napolitana « Michelemmà », de Salvator Rosa, pintor, poeta y músico, alumno de José de Ribera, “lo Spagnoletto”: en esa canción un hombre del pueblo canta sus penas para el rapto de una joven mujer (Michelemmà= Michela de mar) nacida “n’ mies  o mare “,  y llevada en alta mar por los piratas .

Todo el mar Mediterraneo está lleno de leyendas, una de las más preciosas es aquella de los burritos blancos, enanos y albinos, de la Isla Asinara. Cuéntase que tres parejas de esos raros animales habían sido enviadas de parte del Pachá de Alejandria de Egipto como homenaje al Rey Sol y signo de paz después de los bombardeos franceses de Trípolis. Un fuerte temporal en el estrecho de Bonifacio, según otros un ataque corsario, hizo naufragar el bajel donde se hallaban los burritos, y los equinos, buenos nadadores, lograron alcanzar las playas de la isla Situaría, en el norte de Cerdeña, desde entonces llamada Asinara (en italiano, asino = burro, asno), donde todavía siguen viviendo, hoy protegidos por un Parque Nacional.

Burro blanco de la isla AsinaraBurro blanco de la isla Asinara

En la actualidad, el Ambiente Mediterráneo cobra un papel vital como refugio de naturaleza y , desgraciadamente, también de seres humanos fugitivos. Aquí, a lo largo de la historia han tenido lugar grandes variaciones, con cambios de los escenarios climáticos y politicos; sin embargo hasta ahora el estado global de conservación del Mare Nostrum sigue siendo acceptable. Podemos afirmar que el Mediterráneo mantiene una personalidad particular por la riqueza y variedad de sus ecosistemas y vestigios históricos. De aquí la importancia de todos los esfuerzos para la conservación, que depende en buena medida de la información y el conocimiento que tengan los habitantes y turistas para que se conviertan en sus más atentos defensores.

Para nosotros los marinos de altura, el mar es principalmente una ruta, es casi exclusivamente un camino. Pero ¡Qué camino! »   (Pio Baroja, « Las Inquietudes de Shantia Andía », libro primero)


Nando Pozzoni