Cautivo de amor (XIV)
Levantaos, señora mía, le dice por fin don Fernando a Dorotea, que no es justo que esté arrodillada a mis pies la que yo tengo en mi alma (DQ I 36). Como habría dicho mi madre, éste también miente más que habla.
Levantaos, señora mía, le dice por fin don Fernando a Dorotea, que no es justo que esté arrodillada a mis pies la que yo tengo en mi alma (DQ I 36). Como habría dicho mi madre, éste también miente más que habla.
Isa sufría desde los catorce años el asedio de los hombres. No era cuestión de preguntarle por los que había resistido o consentido, pero Cervantes sí nos dice que, al primer asedio, Dorotea sucumbe. Los cervantistas de hoy, llevados por la pasión “doroteica”, la absuelven de toda culpa, como también, curiosamente, absuelven a don Fernando. El amor apasionado lo justifica todo. No hay violación y sí un ligero gusto primero y luego un total consentimiento. De todas maneras esto, en el S. XVI, por muchas “razones enamoradas” que hubiera de por medio, era una afrenta en toda regla para Dorotea y su familia. Cervantes, que no Don Quijote, enamorado de Dorotea, la salva, utilizando como palanca de salvación los muchos dones con los que sigue adornando a la gentil princesita Micomicona.
“Amoris constructor”. No sé si se puede decir así, porque yo lo que aprendí fue un latín de parroquia, pero a mí me suena muy bien. Si yo tuviera un velero seguro que le pondría ese nombre. Don Quijote fue un “Constructor del amor”, aunque, o sobre todo, fuera “un enamorado de oídas”.
No era fácil hacer el inventario de sus virtudes. Me refiero a las de Dorotea, claro.
Dejando aparte el pequeño detalle de pertenecer a una familia plebeya, en una sociedad estamental esto es dramático, Cervantes se las arregla para componer la imagen de una mujer que por sí sola, por el conjunto de todas sus virtudes, pueda llegar a romper los muros que separan a los estamentos de la época. Es decir, Cervantes da pistas para saber cómo se pueden superar los prejuicios sociales, abriendo, paso a paso, la sociedad clásica hacia la modernidad, aunque ésta tarde siglos aún en llegar. (Cervantes había empleado ya esta misma forma del matrimonio mixto en otros escritos para resolver el tema morisco). Incluso nos ha dicho que a pesar de la deshonra sufrida, tabú supremo en la época, y en muchas otras más, gracias a los vericuetos legales del momento, la amante podía recuperar al amado y llevarlo al altar.
A Gabriel Casal le preocupaba lo que a Don Quijote. Y lo que nos preocupaba a todos. Éramos presa de la incomparecencia del amor absoluto. Queríamos la enamorada perfecta. Y eso sólo era posible en el terreno de la poesía. Así que, haciéndonos mayores, no parábamos de escribir versos que sólo eran ripios. Sólo él, de aquel grupo de pretendida vanguardia poética, Poliedro, era nuestro transgresor nombre, fue capaz de publicar un primer libro con una dignidad poética más que notable.
¿Violación consentida? Eso es un oxímoron, dirían los cursis, o sea, una antítesis o contradicción total, insostenible. Pero, amigo lector, hay que reconocer que los grandes son capaces de hacer de lo imposible una nueva realidad. Vamos a los hechos resumidísimos
Vuelvo otra vez a la Cárcel de Diego de San Pedro: Podrás decir que cómo pensé escrevirte; no te maravilles, que tu hermosura causó el afición, y el afición el deseo, y el deseo la pena, y la pena el atrevimiento, y si porque lo hize te pareciere que merezco muerte, mándamela dar, que muy mejor es morir por tu causa que bevir sin tu esperança; y hablándote verdad, la muerte, sin que tú me la dieses yo mismo me la daría, por hallar en ella la libertad que en la vida busco, si tú no hovieses de quedar infamada por matadora.
Yo supongo que Cervantes leía con intensa intensidad (ya que lo leía todo) esa ardorosa novela fini medieval y proto renacentista de Diego de San Pedro que se llama Cárcel de amor. Novela, no hay otra manera mejor de definirla aunque sostengamos que Cervantes fue el primer autor de la novela moderna. Si hoy Cárcel de amor raya la frontera de lo ilegible para un lector moderno, fue, en su tiempo y durante casi dos siglos, un “mejor vendido”, alcanzando más de 20 ediciones, numerosas traducciones al francés, italiano e inglés y un sin número de copias aún por catalogar.
Digo esto porque es imposible que Don Quijote no tuviera buena cuenta del drama amoroso que plantea la novela de San Pedro. Y no me refiero tanto a los amores imposibles de Leriano y Laureola, los protagonistas, como al drama más profundo, arraigado en la tradición medieval y ni siquiera resuelto por la psicología moderna, ni la novela, de qué cosa sea el amor.
No puede el hijo de Adán/sin trabajo comer pan. Así se despertó Dña. Angustias, mi santa madre. Recitándome a Alonso de Barros del que yo estaba seguro que no conocía ni su nombre ni su existencia.
Ver aparecer a Violeta y su pelotón de enfermeras por la puerta era mi santo y seña de libertad. Entre la limpieza, el desayuno y la higiene (Tenemos que hacer la toilette de su mamá, me susurraba Violeta al oído) yo disponía de dos, incluso tres horas, haciéndome el remolón, para adentrarme en la exótica aventura de recorrer las calles abrasadas del julio madrileño. ¡Qué peste de ciudad a las nueve de la mañana! ¡Con lo que había disfrutado en mis años universitarios el Madrid nocturno! Nada peor que un parado viendo cómo se desgañitan los trabajadores para ocupar sus puestos.