Cautivo de amor (I)
Nadie es ajeno, nadie puede ser ajeno, al poderoso atractivo de la belleza. Sólo que, finales de un remoto y apestoso julio, en el Hospital Clínico de Madrid, la belleza había que buscarla con lupa. Por eso iba yo aferrado a mi Don Quijote, por ver si las aventuras de un iluminado me concedían la paz de espíritu que la cruda realidad hospitalaria me negaba.