Cautivo de amor (XVI)
Danos, Señor, una sola muerte, beatífica y serena.
Entre todos los candidatos a muerto que en aquel terrible pabellón del Hospital Clínico de Madrid se postulaban, el único sereno, el único candidato sin remordimientos, era yo. Todos los moribundos quieren no morir. Y yo era el único que estaba dispuesto a hacerlo sin aceptar reproches, envidias ni olvidos. Era el único sano de aquella galera turquesa de heridos que reclamaban un poco de tiempo para ponerse a bien con el tiempo de sus creencias. Ser un descreído es una batalla inútil. Estás enterrado antes de poner en claro tus planes. ¿Tienes planes cuando estás a un paso de morir? ¿Qué sería del soldado Cervantes en la galera sometido a fiebres incontroladas cuando al frente tiene la mayor armada imperial turca? Aquel anónimo soldado que más de treinta años después escribiría el Quijote.