Cautivo de amor (VI)
No puede el hijo de Adán/sin trabajo comer pan. Así se despertó Dña. Angustias, mi santa madre. Recitándome a Alonso de Barros del que yo estaba seguro que no conocía ni su nombre ni su existencia.
No puede el hijo de Adán/sin trabajo comer pan. Así se despertó Dña. Angustias, mi santa madre. Recitándome a Alonso de Barros del que yo estaba seguro que no conocía ni su nombre ni su existencia.
Ver aparecer a Violeta y su pelotón de enfermeras por la puerta era mi santo y seña de libertad. Entre la limpieza, el desayuno y la higiene (Tenemos que hacer la toilette de su mamá, me susurraba Violeta al oído) yo disponía de dos, incluso tres horas, haciéndome el remolón, para adentrarme en la exótica aventura de recorrer las calles abrasadas del julio madrileño. ¡Qué peste de ciudad a las nueve de la mañana! ¡Con lo que había disfrutado en mis años universitarios el Madrid nocturno! Nada peor que un parado viendo cómo se desgañitan los trabajadores para ocupar sus puestos.