Cautivo de amor (XIX)
Sí, amor constante más allá de la muerte, pero correspondido.
Comenzaba a estar verdaderamente agotado, por no decir harto. ¿Qué hacía un joven de finales del siglo XX persiguiendo fantasías amorosas a la luz del candil del más disparatado loco/amante de los siglos barrocos? La galera turquesa que durante semanas había compartido con los enfermos, sus miasmas y sus lamentos paracelestiales, se había convertido en lo que en realidad era, una nave de condenados llenos de cuitas entre los que destacaba, de forma señera, mi santa madre, con su implacable visión recriminatoria contra su sufrido hijo. El calor, ese calor derretido de los locales cerrados, tampoco era ajeno al desánimo que por días me iba llenando el cerebro con la colección de frases recriminatorias que me habían ido destinando los amigos y que yo había ido endosando sin queja, pero sin piedad ni consuelo.