Poesía de Miguel de Cervantes Saavedra
A Fray Pedro de Padilla
A Fray Pedro de Padilla
Ovillejos
La belleza es irresistible. Ya lo hemos dicho en capítulos anteriores de esta historia de Don Quijote cautivo enamorado.
Cervantes, con su asombrosa inteligencia, se muestra a todo lo largo de su obra como un fino y entusiasta celebrador de la belleza femenina. Curiosamente, en todas sus obras se trata de mujeres fuertes, incluso en su crueldad, como en el caso de Altisidora, o, en el extremo opuesto, cuando se trata de seres angelicales como Marcela o la más terrenal, pero no por ello menos angélica, de Dorotea.
Levantaos, señora mía, le dice por fin don Fernando a Dorotea, que no es justo que esté arrodillada a mis pies la que yo tengo en mi alma (DQ I 36). Como habría dicho mi madre, éste también miente más que habla. Después del gran discurso enamorado de Dorotea, después del intento de agresión de don Fernando a Cardenio, después del nuevo arrebatado discurso de Dorotea arrodillada y sujetándole por las rodillas para que el mundo vea que tiene contigo más fuerza la razón que el apetito, tiene que ser el cura y los demás los que le hagan entrar en esa razón que le niega el apetito de Luscinda, y de su amor propio de niño mimado.