Cautivo de amor (IV)
Vaya festín, mamá!
¿Festín? ¿A esta comida de monja de clausura llamas festín? Mira, un caldo valiente.
¿Por qué lo llamas valiente?
Pareces tonto, hijo. Porque no tiene nada de gallina. Y mira, dos obleas de pescadilla cocida. Aquí es que te dan las raciones moscas y luego te las vuelan.
Ante tal entusiasmo gastronómico me encajé en el torturado sillón y tiré de Quijote.
¿Otra vez con ese mamotreto? Tú sigue así, que camarón que se duerme se lo lleva la corriente.
En aquel lejano entonces no se me ocurrió pensar en la relación que podría existir entre el diccionario de refranes que se extiende por todo el Quijote y la capacidad de mi madre, una mujer del pueblo, como Sancho, para salpicar de refranes cualquier circunstancia del discurso y de la vida en general. Pero tiene explicación.