24 febrero, 2020

Danos, Señor, una sola muerte, beatífica y serena.
Entre todos los candidatos a muerto que en aquel terrible pabellón del Hospital Clínico de Madrid se postulaban, el único sereno, el único candidato sin remordimientos, era yo. Todos los moribundos quieren no morir. Y yo era el único que estaba dispuesto a hacerlo sin aceptar reproches, envidias ni olvidos. Era el único sano de aquella galera turquesa de heridos que reclamaban un poco de tiempo para ponerse a bien con el tiempo de sus creencias. Ser un descreído es una batalla inútil. Estás enterrado antes de poner en claro tus planes. ¿Tienes planes cuando estás a un paso de morir? ¿Qué sería del soldado Cervantes en la galera sometido a fiebres incontroladas cuando al frente tiene la mayor armada imperial turca? Aquel anónimo soldado que más de treinta años después escribiría el Quijote.
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15 enero, 2020

La belleza es irresistible. Ya lo hemos dicho en capítulos anteriores de esta historia de Don Quijote cautivo enamorado.
Cervantes, con su asombrosa inteligencia, se muestra a todo lo largo de su obra como un fino y entusiasta celebrador de la belleza femenina. Curiosamente, en todas sus obras se trata de mujeres fuertes, incluso en su crueldad, como en el caso de Altisidora, o, en el extremo opuesto, cuando se trata de seres angelicales como Marcela o la más terrenal, pero no por ello menos angélica, de Dorotea. Y eso sucede en toda la obra de Cervantes, no sólo en el Quijote, aunque entonces yo no lo supiera. Quizá por un capricho de fantasía se me ocurrió pensar que necesitaba otra mujer quijotesca, descartada Dulcinea, para componer un póker de mujeres con el que yo me sintiera, si no ganador, al menos con suficientes triunfos en la mano. Y me propuse enamorarme del amor del Cautivo.
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