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El cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de El Quijote ha sido, sin demasiadas sorpresas, la excusa para la aparición de ciertas ediciones, adaptaciones, traducciones, continuaciones, refundiciones, abreviaciones y demás perversiones a costa del clásico mayor de nuestra literatura. Me limitaré por el momento a comentar un par de ediciones del texto aparecidas en 2015, ambas de la mano del filólogo Francisco Rico, y de paso algunas otras viejas y entrañables ediciones que me traen buenos recuerdos.

Sin duda, merece la pena destacar ante todo la edición crítica que auspicia la Real Academia Española, dentro de su colección de clásicos de nuestra literatura (esos de la sobrecubierta azul, tan patéticamente editados –a pesar del precio–: las más de las veces letra tirando a pequeña, por no decir raquítica, y en todas las ocasiones hojas pegadas al lomo en lugar de cosidas en cuadernillos, que es lo menos que se merece un libro editado en tapa dura –o cualquier libro, en realidad–). La de 2015 supone la enésima versión revisada de la venerable edición de Francisco Rico que vio la luz en 1998, en aquel entonces dentro de una colección editada por Crítica (la letra también era pequeña, pero al menos las páginas estaban cosidas) que quedó incompleta y que, tras otra tentativa intermedia también frustrada, parece renacer ahora para ver por fin completados sus 111 volúmenes. Entre otras cosas, los Quijotes de Rico se caracterizan por presentar un texto expurgado de toda una serie de errores que se habían perpetuado en la tradición editorial del texto (algunos ejemplos, diré que incluso graciosos, los podemos leer en las páginas de la introducción a la novela). Probablemente ése es su mayor valor, la depuración del texto en sí.

Por otro lado, es ésta una edición muy completa, lo cual, en principio no parece malo. Pero no es que sea muy completa, es que lo es demasiado. Las constantes notas quieren resolver cualquier duda que se le pueda plantear al lector. A cualquier lector. Parece que en ocasiones se piensa en un lector extranjero, un estudiante de español o incluso un nativo con poca cultura o, directamente, con pocas luces: decenas de notas se limitan a parafrasear expresiones que son claramente comprensibles para un lector mínimamente acostumbrado a leer literatura original en español. O mínimamente acostumbrado a leer. Parece que el punto de partida para esta edición ha sido “más vale que sobre que no que falte”. Por supuesto, uno siempre puede limitarse a leer el texto y obviar las notas. Y es cierto que muchas de las notas aclaran expresiones o vocablos que, aun manteniéndose formalmente igual en nuestros días, han variado ligera o incluso totalmente de significado (el caso más acuciante es el de “puesto que”, que en Cervantes tiene el sentido concesivo de “aunque”: aquí la nota es necesaria, al menos las primeras veces en que aparece la locución, a riesgo de malinterpretar la frase toda). El problema de una edición como ésta para un lector que no quiera leer las notas pero que estime oportuno que se le avise de cosas como la que acabo de mencionar, es que no hay manera de saber qué notas son necesarias y cuáles superfluas hasta que no se han leído, de manera que quien lea sin mirar las notas probablemente acabe pensando que se está perdiendo algo, que está malinterpretando algún vocablo o que no está entendiendo cabalmente el texto. La solución es entonces armarse de paciencia y leer todas y cada una de las notas, curioso (y, en muchas ocasiones, edificante) trabajo que nos obligará casi sin remedio a emplear el doble de tiempo en acabar la novela. Otra solución posible es cambiar de edición.

Don Quijote AlfaguaraSi tuviera que recomendar otra, tal vez me decantaría, a día de hoy, por la también firmada por Francisco Rico y editada este año por Alfaguara (ahora sí, y sin que sirva de precedente –también Alfaguara poco a poco se va sumando al carro del pegamento–, editado con tapas duras, letra grande y cuadernillos debidamente cosidos). Esta edición, además de un agradable y conseguido contraste entre el blanco del papel y el negro de la letra, tiene las notas justas, en mi opinión, aunque alguna he visto que podría considerarse superflua. En todo caso, son notas discretas y concretas, limitadas a unas pocas por página. Además, los apéndices recogen algunos de las ediciones previas de Rico (el dibujo de las partes de la armadura, por ejemplo), y añade otros muy útiles y verdaderamente gustosos, como el de refranes empleados en la obra.

Quijote Martín de RiquerAl comienzo del párrafo anterior dije “a día de hoy” porque siempre he tenido en cuenta como opción plenamente válida la edición de Martín de Riquer publicada por Planeta. La letra no es sublime, pero el volumen es manejable (tapas blandas, papel casi biblia) y contiene el número de notas imprescindible para leer a gusto la novela sin tener la impresión de permanente agobio crítico a base de veinte notas por párrafo ni la sensación de abandono ante problemas como el citado “puesto que” = “aunque”. La pega insoslayable que le encuentro a esta edición (pero tampoco es el fin del mundo) sería que no presenta el texto depurado de Rico.

Don Quijote De CastroPero no es imposible que exista el curioso lector que quiera simplemente leer la obra sin interferencias de ningún tipo. Quiero decir sin notas. En ese caso, se podría recurrir a la edición de Biblioteca Castro, de la mano de Domingo Ynduráin: el texto tal cual, sin ninguna nota, en un volumen grande, de tapas duras, con letra adecuada y –bendita Biblioteca Castro– con cuadernillos amorosamente cosidos.

Andrés Ortega Garrido

Andrés Ortega Garrido, doctor en Filología Clásica y licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, ha desarrollado su labor docente en las universidades Complutense de Madrid, Internacional de La Rioja y, en la actualidad, en la Università degli studi di Bergamo y en la Università degli studi di Milano, así como en el Instituto Cervantes de esta ciudad. Es autor de diferentes estudios y monografías sobre las literaturas hispánicas, especialmente en su relación con la tradición clásica grecolatina.